Serie Retiñirán Ambos Oídos

“…retiñirán ambos oídos…” (1o Samuel 3:11; 2o Reyes 21:12; Jeremías 19:3)

Día de Reconciliaciones Yom Kippur 5772 Sábado Octubre 8 de 2011

Parte 2

En días del profeta Samuel, Israel se llevó una tremenda decepción porque estaba completamente seguro de que el Señor de los Ejércitos estaba de parte de ellos y en contra de los “paganos” pueblos enemigos; sólo que cometieron un error de cálculo, hicieron cuentas falsas, “cuentas alegres”, suponiendo que Dios estaba de su lado por el hecho de tener el Arca del Pacto andando entre ellos, sin necesidad de una vida limpia delante de El, sin necesidad de dar el fruto al agrado de Dios. El pueblo de Israel estaba confiado en los ritos externos de la Ley y en las apariencias, confiado en cumplir unas ceremonias, confiados pues en la seguridad que les daba tener el Arca del Dios de Israel con ellos pero su corazón no era recto para con Dios. Fue entonces que El le dijo al profeta Samuel que haría una cosa que quien la oyere le retiñirían ambos oídos (1ª de Samuel 3:11): que la gloria de Dios, simbolizada en el Arca del Pacto, caería en manos de los Gentiles, enemigos del pueblo de Israel y sería “secuestrada” por los Filisteos. 

Esto era algo sacrílego para los oídos de cualquier israelita de ese tiempo, esto era un imposible para su teología, era un absurdo para sus creencias, el hecho de que Dios fuese a dejar caer el Arca del Pacto en manos de incircuncisos. Tanto como si hoy alguien se levantara y dijera que la presencia del Señor no está ya entre los Evangélicos y Protestantes, porque se han corrompido, porque han adulterado con otros dioses, que por no arrepentirse Dios los ha abandonado y los ha dejado a la dureza de su corazón: Quién creería ese anuncio? Israel se acostumbró al Arca del Pacto, se le volvió costumbre el Arca y ésta terminó siendo un fetiche, un amuleto; y creyó Israel que con sólo tenerla entre ellos, sin necesidad de andar en integridad, Dios estaba obligado a bendecirlos, a darles la victoria, Dios tenía que ampararlos y ellos contar con Su presencia. 

Cuán equivocados estaban, porque cuando el culto al Señor se vuelve externo, se vuelve falsa religión y se torna costumbre, la gloria de Dios indefectiblemente se va. La historia de esto se encuentra en el primer libro de Samuel capítulo 4 en donde finaliza con una muy terrible palabra: “Icabod”, que quiere decir “la gloria se ha ido” y “sin gloria” (1ª Samuel 4:21-22). Israel perdió la Gloria de Dios y quedó convertido en un pueblo Sin Gloria, es decir, sin la presencia de Dios, sin el respaldo del Señor, sin la guía del Altísimo, con la profesión de fe vacía, con el cascarón pero la esencia de adentro ausente. Dios ya no estaba con ellos, se les había apartado por su impiedad, los entregó a derrota delante de sus enemigos y permitió que el Arca fuera capturada por impíos. 

En efecto, la gloria de Dios se fue de Silo, el lugar de la presencia de Dios en esos días, el sitio donde Dios se manifestaba, allí donde el Señor les había señalado para guiarlos, el lugar de encuentro con Dios (Salmo 78:60-61; Jeremías 7:12). Siglos más tarde, el Señor le dice a Israel que mire, que aprenda de lo que sucedió en Silo donde hizo morar su Nombre al principio, que vean el resultado de lo que era una profesión de fe externa, bonita y pomposa de labios pero de corazón falso, que meditaran en lo que sucedía cuando se “manosean” las cosas santas, que aprendieran qué pasa cuando se “usa” el nombre del Señor para provecho propio, para buscar las cosas de este mundo, aquellas de este reino y no del de Dios primeramente; lo que acontece cuando el corazón se corrompe y se acerca al Señor con reservas, con cartas tapadas, con motivaciones mezquinas, cuando vamos a ver qué partido sacamos para el yo, para fortalecer al viejo hombre, para nutrir al Adam caído, cuando en fin, el caminar nuestro en Cristo se torna una costumbre o una obligación. 

La lección no fue aprendida, pues esto se repite nuevamente siglos más tarde, cuando Israel ya había construido el Templo de Salomón, y el pueblo estaba nuevamente confiado en la pompa exterior y en las promesas inherentes a él; confiando en los sacrificios y no en el Señor, confiando en guardar puntillosamente las fiestas estipuladas, los días consagrados, pero su corazón era torcido como arco engañoso y el Señor volvió a pronunciar estas palabras a través del profeta (2ª de Reyes 21:12; Jeremías 19:3). Por eso el Señor les dice que el mal que traía sobre Israel era tal, que no lo iban a creer, y era que Dios los iba a entregar a ellos junto con la tierra de Israel a sus enemigos y que iban a apoderarse del Santuario, profanarían el Templo y lo destruirían. Quién podía creerlo? Qué oído le daría crédito y soportaría tal alevosía? Eso era algo sacrílego para los oídos de cualquier israelita en esos tiempos, no era posible darle crédito a esa profecía, para ellos era una palabra falsa, una herejía, algo que con seguridad no iba a suceder; ¿Cómo los iba a entregar si eran Su pueblo elegido? ¿Cómo iba a dejar que el Templo donde había prometido hacer morar su Nombre fuera contaminado por incircuncisos? Tal y no de otra manera, como si hoy alguien se levantara y dijera que la iglesia Evangélica y Protestante se corrompió, está llena de inmundicia, no hay mesa limpia para dar de comer a las ovejas, ni mesa que no este llena de vómito (Isaías 28:8), contaminados con palabra de hombres y no de Dios, infestados de doctrinas espúreas y no de la vianda genuina del Espíritu de Verdad; como si hoy denunciara que en las mas de las congregaciones están escuchando otros dioses, espíritus de error, falsas doctrinas que desvían las ovejas; que no es al Buen Pastor a quien se invoca y a quien se sigue sino a ídolos. Pero la historia es bien conocida y en efecto, el pueblo fue entregado en cautiverio, terminó deportado en Babilonia, Jerusalén arrasada por los ejércitos de Nabucodonosor y el templo destruido (2ª Reyes 23:27; 2ª Crónicas 36:29; Jeremías 12:7; 26:6, 9 y 11; 52:13-14; Lamentaciones 2:7). 

Igual había sucedido cerca de un siglo antes, en días del rey Acab, cuando Israel -el Reino del Norte- creía que estaba conforme a la voluntad de Dios, que cumpliendo ritos, con eso ya cumplían delante del Señor. Tuvo que levantar Dios un ministerio como el de Elías Tisbita para que se dieran cuenta cuán apartados se encontraban de la voluntad de Dios. La Palabra de Dios a través de Elías profeta incomodó a los hombres de su época, que tenían un culto abominable al Señor, un culto contaminado con dioses ajenos, una mixtura, pues adoraban a los baales e invocaban al Dios verdadero y, aunque hubo un arrepentimiento transitorio fruto del ministerio de Elias, con todo, el Reino del Norte no se enmendó y terminó siendo transportado lejos, disperso por el mundo hasta hoy, fue destruido mas adelante en días del impío rey Oseas y llevado en cautiverio por los Asirios (2a Reyes 17: 6, 18-24). 

Cuando el corazón del pueblo de Dios se corrompió, todas las instituciones, toda la liturgia, las ceremonias y rituales del Antiguo Testamento, que eran un tipo, figura y sombra de los bienes venideros (Hebreos 10:1), perdieron su esencia a los ojos de Dios, perdieron su valor y el propósito para el cual fueron instituidas (Isaías 1:11-14; Jeremías 7:21-23); alecciona profundamente que el Señor diga que nunca les mandó a sacrificar holocaustos y víctimas cuando los sacó de Egipto, pues pareciera una contradicción, -aunque para los de limpio corazón no hay ninguna-; es que el pueblo terminó dándole mayor importancia a las cosas externas y relativamente fáciles, a la fachada del sepulcro, a colar el mosquito y pasar el camello, a la forma y no al fondo, dejando de lado lo más importante, que era oír Su voz para obedecerla, que era hacer la voluntad del Padre, que era vivir pendientes de El para caminar a Su agrado. Tal y no de otro modo, como si hoy nos dijeran que no es ir a la iglesia, asistir cumplidamente a las reuniones, dar diezmos u ofrendas, leer puntualmente la Biblia, hacer cursos bíblicos, obedecer a los líderes espirituales, hacer largas oraciones, participar en las campañas y actividades de la denominación, asentir a todo lo que se diga desde un púlpito, contar con la aprobación o amistad del liderazgo, pues dan la falsa confianza de estar al agrado del Señor; en fin, llamarle Señor, Señor, pero no hacer lo que El nos diga que hagamos (Lucas 6:46).

Es cuando el Padre de misericordias envía voz de alerta, a través de servidores con una palabra de trompeta, para zarandear, para sacudir, para despertar del letargo, para retornar del aturdimiento y que reaccionemos. Es una palabra incómoda, es molesta e insufrible para nuestra carne, es una gran voz detrás de nosotros como si nos persiguiera (Apocalipsis 1:10) pero si es rechazada, finalmente el Señor termina por quitar el candelero (Apocalipsis 2:5), cortar la unción, levantar su presencia (Ezequiel 11:23), la Gloria de Dios irse de ese lugar, abandonarnos a la dureza de nuestro corazón.

No bien habían regresado de la cautividad de Babilonia, cuando volvieron a pervertir sus caminos y otro tanto sucedió en tiempos de nuestro Señor Jesucristo, cuando los discípulos, orgullosos de su pasado, de su Templo y su magnificencia lo mostraron al Señor Jesús, pero El les dijo que no quedaría piedra sobre piedra de esa gloria (Mateo 24:1-2) y que Jerusalén sería entregada a destrucción (Lucas 21:20). Eso hacía retiñir los oídos de cualquier israelita celoso de su ley, de su templo, de su tradición, de su esperanza, puesto que esperaban que Israel fuera liberada del poder de Roma y fuera puesta por encima de todos los gentiles. 

Solemne lección para nosotros hoy que podemos decir otro tanto, cuando la iglesia se ha mundanalizado, cuando de la fe de los santos se ha hecho una mercadería, cuando el evangelio que se escucha es el de Simón el mago -por dinero y egolatría- y los cultos evangélicos y protestantes una adoración descarada al dios mammón (culto a la prosperidad y a la riqueza). No repararemos que ICABOD? que la Gloria de Dios se ha ido? Sí, la gloria se ha ido de esa iglesia denominacional y muy pocos lo han notado; sólo un puñado lo ha discernido, sólo un remanente lo lamenta con sincero lloro, sólo unas reliquias gimen como paloma silenciosa en paraje muy distante, sólo una manada pequeña lo denuncia con shofar; aunque ya el Señor Jesucristo nos lo había advertido: (Mateo 24:15). Quién podría creer que la abominación desoladora está en el Lugar Santo, lugar que también tipifica la era de Pentecostés, la era de los dones del Espíritu Santo, a estos dos mil años de peregrinaje y que acaba siendo totalmente leudado con la levadura del hombre. En verdad, en verdad las mesas de los panes para dar de comer a los santificados se encuentran todas llenas de vómito -advierta que las mesas se encontraban en el lugar santo-, ! terrible misterio !. 

Pero, Dios es glorificado. La buena nueva es que Dios siempre encuentra corazones sinceros en los cuales trabajar secreta y silenciosamente; ya sea en tiempo de Samuel, cuando dejó caer el Arca en manos de incircuncisos, preparaba un David, un Asaph, un Sadoc; bien sea en época de Elías y el Reino del Norte, con una apostasía descarada, El tenía siete mil corazones dispuestos y escondidos que no doblaban rodilla ni besaban a Baal (1 Reyes 19:18); ya sea en la Judá – Reino del Sur- corrompida de tiempos de Isaías profeta, El reservaba un diezmo que encontró con corazón dispuesto (Isaías 6:13); o en tiempos del bendito !! Oh Emmanuel !!, cuando la Judea estaba en manos del ejército romano, sumos sacerdocios comprados por precio y viciados de política, con un idumeo como exactor, el Señor encontró unos pocos a quienes llamó “manada pequeña”. Hoy también, en medio de la apostasía y abominación desoladora, el Señor Dios se reserva un remanente, unas reliquias, una manadita pequeña que no aman sus vidas hasta la muerte, que son mártires para Dios, que aceptan los duros tratos, que ceden ante la disciplina y corrección de El, que en la intimidad con Dios abdican ante El, que mas no quieren gobernar su vida; forman parte del Ejército del Señor, están siendo formados en filas invisibles, hoy se encuentran acampando en silencio antes del amanecer, pero pendientes del Shofar, hoy están escondidos para este mundo pero acuartelados por Cristo Jesus su única Cabeza, atentos al sentir de su único Dueño, al palpitar de su único Señor, a la señal de su único Amado, con sus ojos puestos sólo en el el Autor y Consumador de su confianza, como siervos atentos al mínimo gesto de la mano de su Amo (Salmo 123:2).

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